De pronto, se quiere escribir versos
que arranquen trozos de piel
al que los lea.
Se escribe así, rabiosamente,
destrozándose el alma contra el escritorio,
ardiendo de dolor,
raspándose la cara contra los esdrújulos,
asesinando teclas con el puño,
metiéndose pajuelas de cristal entre las uñas.
Uno se pone a odiar como una fiera,
entonces,
y alguien pasa y le dice:
“vente a cenar, tigrillo,
la leche está caliente”.
Eduardo Lizalde
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