miércoles, 11 de enero de 2017

¿Manifestación pacífica?

Durante la helada tarde del noveno día del primer mes del año, Tú, y miles de personas en medio de una manifestación pacífica: ¡No al gasolinazo!, la consigna; ¡Fuera Peña!, el grito desesperado.
Te integras a la marcha en avenida Juárez, acompañada, pues sabes que no es buena idea acudir sola. Todo transcurre normalmente, gritas con fuerza, y emocionada porque has tenido la oportunidad de manifestar tu descontento hacia un Presidente que empezó su mandato rodeado del repudio de una mayoría y continúa haciéndose odiar.
Los manifestantes han caminado desde el Ángel de la Independencia con mantas y letreros en donde exponen sus peticiones y el enojo por el alza en los precios de la gasolina, la reforma energética y la evidente torpeza de Peña Nieto y su gabinete, quienes no se han cansado de burlarse del pueblo de México.
Acompañada de un dron que vuela sobre tu cabeza cruzas el Eje Central sin contratiempos, y en la calle 5 de mayo -donde se encuentran cerrados la mayoría de los negocios- comienzas a dudar de tu derecho a manifestarte, al ver en la banqueta, parados junto a los postes algunos hombres observando la escena; notas como uno de ellos acaricia un arma escondida debajo de la sudadera y piensas en darte la vuelta para regresar a casa, pero continuas caminando y gritando hasta llegar al zócalo, en donde quedas de frente a Palacio Nacional.  
Algunos de los organizadores de la marcha llegan en un camión, que se estaciona frente a la puerta de Palacio, desde donde, a través de un micrófono, hablan de planes de acción, de sustituir al Presidente por un candidato popular y otras cosas que consideras poco factible que puedan  llevarse a cabo.
Todo continúa en paz, mientras gente de diversas edades escucha atentamente a los oradores. Sin embargo, a ti te llaman la atención las cabezas que se esconden en la azotea de Palacio, asomándose por momentos para tomar fotografías u observar desde binoculares; también te causan curiosidad esos tres tipos que desentonan y han llegado con ganas de armar alboroto, como salidos de la nada.    
Una señora un poco mayor que tú menciona: “no más miedo” para que tu acompañante proponga un nuevo grito con su potente voz, y comenta: “porque han querido inculcarnos el miedo”  y tú en el fondo piensas si no será el miedo lo más sensato, cuando claramente no existe libertad para manifestarse, pues a la vuelta de la esquina esperan los granaderos cualquier reacción equivocada para poder actuar. Te preguntas: ¿esto realmente es una manifestación pacífica?


martes, 23 de septiembre de 2014

De pronto, se quiere escribir versos 
que arranquen trozos de piel 
al que los lea.

Se escribe así, rabiosamente, 
destrozándose el alma contra el escritorio, 
ardiendo de dolor,
raspándose la cara contra los esdrújulos,
asesinando teclas con el puño,
metiéndose pajuelas de cristal entre las uñas.

Uno se pone a odiar como una fiera, 
entonces,
y alguien pasa y le dice: 
“vente a cenar, tigrillo, 
la leche está caliente”.

Eduardo Lizalde

jueves, 5 de abril de 2012

Canto a la vida


Los recuerdos no la abandonaron. El sol iluminaba la habitación. Big close up: Los bellos ojos almendrados llenaban la lente de la cámara. Su pequeño hermano captó un rayo de esperanza en su mirada. Esos versos que inventó aquel día rondan por su mente.

Rayo de sol,
se cuela en la ventana;
ven: vive, canta.

En flash back. Una secuencia de imágenes: La pistola posada en su sien. La mirada perdida de Carlos. Veía reiteradamente la imagen de la carta. Esa carta en la que él había volcado toda su locura. Sus manos al abrirla. La mirada perdida de Carlos. La cara desencajada. Desquiciado. En cámara lenta el momento en que le ponía la pistola. La danza, la música y él; eran su vida. Él era también quien la tenía postrada en esa cama. Una bala le atravesó el cráneo. Quería levantarse. Esos versos que inventó aquel día rondan por su mente.

Rayo de sol,
se cuela en la ventana;
ven: vive, canta.

Con un gesto pedía que corrieran las cortinas. Escuchaba esa sonata que tanto amaba: Claro de Luna, de Bethoven. La noche parecía eterna. Fade out. Amaneció. Si, amaneció pero no pudo pararse; no se movía. Como en los versos ese rayito la llamaba. Pero ahora no podía ir. No era como otras veces. Tampoco podría repetirlos en voz baja ni cantar. Sin embargo, aún tenía los oídos y la vista. No cantaba, pero si vivía. Estaba viva. Fade in: Corría por los jardines y bailaba. Ahí estaba él. Era casi una niña. Y lo amaba. Sueño de Amor, de Liszt. La música la hacía soñar. Nadie había pensado en hacerla escuchar su música. No le importó. Ella la escuchaba. Sonatas, sinfonías… conciertos y vals suenan en su cabeza. Danza, da volteretas por la sala al ritmo de la novena sinfonía de Bethoven. Su hermanito -otro amante del arte- capturaba esos ojos verdes. Close up, médium shot… Aún se veía hermosa. En esas tomas se adivinaba un río que fluía. Su rostro de terciopelo. Esos versos que inventó aquel día rondan por su mente.
Al ritmo del lago de los cisnes, bailaba: extasiada con la música. Despertaron desenfrenados los celos de Carlos. Apareció en la escena un bailarín de mirada angelical, quien la observaba con ternura. Carlos no pudo resistirlo. Como dentro de una Olla Express hervían años de locura y sufrimiento. Algún día saldrían y del peor modo. Escuchaba el Gran Vals Brillante cuando abrió la carta. Una estela de hielo recorría su cuerpo dejándola inmóvil. Había amenazado con ir hasta ahí. Cometería una locura. Lo amaba pero siempre le había temido. Supo que no lo conocía cuando mencionó como en una sentencia: Siempre estarás conmigo. No parecía un simple comentario. Tenía miedo. Ella no pensaba en casarse con él. Era muy joven. Iría a Viena. Estudiaría música y danza contemporánea. El truncó sus sueños, mas no podría detener ese río que fluía en su cabeza. Recorría su cuerpo y la hacía bailar. Bailaba con la imaginación y vivía. Close up: Su rostro de terciopelo. Una sonrisa casi imperceptible lo iluminaba. Corrió detrás de esa mariposa de colores que veía de niña; quería atraparla. La felicidad era ese jardín, y su hermano. Su madre le hablaba pero ella parecía estar ausente. Vivía, aunque sus padres no lo creyeran. Sólo el pequeño parecía comprenderla. Como escenas de una película se sucedían las imágenes; una tras otra. Desordenadas. Una película con música de Bethoven, Liszt; Chopin y Mendelssohn. A veces aparecía su tragedia. Otras se presentaba un film con un final feliz; en donde el sol brillaba y podía repetir los versos que rondaban por su cabeza.

Rayo de sol,
se cuela en la ventana;
ven: vive, canta.

Seguían invitándola a dejar esa cama. No podía pararse. Ella continuaba bailando. Viajaba por el mundo. En el Jardín, del silencio la nada; un mar de arena: Inventaba nuevos versos que no podría repetir. El pequeño mostraba a sus padres las imágenes. Les indicaba sonrisas imperceptibles. Ríos fluyendo. Tan sólo le pidieron que evitara acercarse al cuarto de su hermana. Nadie creyó que dentro de la mente de Marylin se agitara un mar. Su hermano lo sabía. Sin embargo, dejó de grabarla y ella siguió viviendo. Pasaron los años. Creció bella, y con esa chispa que brillaba en sus ojos. Inmóvil, muda. No llegaba ese día en que pudiera pararse y se comenzó a cansar. Adivinaba más formas de vivir; otros lugares. La llamaban. Era la música más bella que sus oídos habían escuchado. No estaba en su mente. Era de otro lugar. Un sitio en donde las promesas de seguir bailando eran eternas. El sol iluminaba su habitación. Esa luz más brillante la tentaba. Su voz por fin se escucharía. Sus piernas se deslizarían al ritmo de música de Ángeles. Voz en off: “Hace tiempo que te esperamos. Ven, vive… canta”. Su hermano estudiaba cine. Una tarde encontró en la cámara vieja las imágenes que había tomado años atrás. Decidió filmar otra vez a su hermana. Cantos y como acompañamiento: un violín. Ella ya no estaba ahí. Big close up: Sus bellos ojos almendrados llenaban la lente de la cámara. Abiertos, pero ausentes. Sueño de Amor. Amor verdadero. Un sueño eterno. El piano. Espíritu, alma y corazón. Cerró sus ojos. Fade out.

Instrucciones para un mañana


Pasos a seguir la mañana del 11-11-11:
Al despertar dese vuelta a la derecha, apoye el pie derecho en el piso y después el izquierdo,  siéntese y levante lentamente los glúteos, diríjase hacía las persianas con paso firme, ábralas y deje que entre el sol. Después abra la ventana y  tome un poco de aire, aspire sintiendo que su pecho y vientre se llenan y lo invaden de esa energía renovadora. Exhale todo lo que le perturba. Siéntase en sincronía con la nueva Era. Repita los mantras aprendidos, prepare un poco de té, bébalo despacio absorbiendo su aroma y durante el resto del día sea feliz.
La noche anterior había leído las instrucciones Pasos a seguir la mañana del 11-11-11, pero al parecer todo lo entendió al revés y al levantarse giró a la izquierda; apoyó el pie izquierdo en el piso y después el derecho. Se levanto de un brinco, caminó torpemente y sin correr las persianas abrió la ventana. Inhaló todo lo que le perturbaba y se sintió como todos los días,  desfasado en medio de una mañana igual a todas; bebió una taza de café de un sorbo y se fumó un cigarrillo. Repitió algunas maldiciones y salió de la casa dispuesto a ser infeliz.
Después de un rato de caminar sobre la nieve recordó que el instructivo contenía un apartado que rezaba: Pasos a seguir en caso de que se levanté con el pie izquierdo, no deje entrar el sol y se llene de energía paralizante sintiéndose como una cucaracha después del fin del mundo, que maldice la hora en que se levantó con el pie izquierdo y abrió la ventana sin correr las persianas inhalando toda la negatividad del ambiente: al salir de su casa recapacite, regrese y vuelva a leer el instructivo; vaya de nuevo a la cama, duerma y al despertar no olvide seguir las instrucciones. En caso de cometer nuevamente el mismo error repita los pasos de este apartado las veces que sea necesario.
Entró a su casa y se dirigió al dormitorio siguiendo  las instrucciones. Se volvió a dormir y al despertar se levantó otra vez con el pie izquierdo. Sintió que había dormido medio día y no podría realizar las actividades de la mañana; sin embargo eran las siete, la misma hora en que se había levantado antes. Le pareció increíble y recordó que aquella noche apareció de la nada el cuadernillo rosa sobre la mesita de noche, con el título: Instrucciones para un mañana. Pasos a seguir la mañana del 11-11-11 y al final un garabato casi ilegible que parecía ser una firma, en donde se leía: El señor. Estaba seguro de que antes de dirigirse al baño para asearse e ir a  la cama, no había nada sobre la mesa; de cualquier forma le preguntaría a doña Petra si era suyo, aunque estaba decidido a seguir los pasos del instructivo. Cuando notó que había cometido el mismo error ya estaba cerca de la estación. Se había levantado con el pie izquierdo, no abrió las persianas y salió apresurado sin beber nada. Lanzaba maldiciones a causa del frío que calaba sus huesos. Regresó. Repetiría los pasos del apartado y entraría en sincronía con la nueva Era recitando los mantras aprendidos en el grupo meditación 11.11 para un mañana.
El Señor había editado los cuadernillos sólo para algunos elegidos, quienes esa mañana entrarían en sincronía con el Universo vibrando más alto y sintiéndose libres de ataduras. Aquellos quienes meses atrás habían comenzado a ver el número por todas partes y esperaban con ansiedad la fecha anunciada. Desde arriba observaba a ese hombre que no lograba seguir los pasos al pie de la letra.
Una y otra vez se levantaba y cometía los mismos errores. Volvía a leer el instructivo:   
Al despertar dese vuelta a la derecha, apoyé el pie derecho en el piso y después el izquierdo,  siéntese y levante lentamente los glúteos, diríjase hacía las persianas con paso firme, ábralas y deje que entre el sol. Después abra la ventana y  tome un poco de aire, aspire sintiendo que su pecho y vientre se llenan y lo invaden de esa energía renovadora. Exhale todo lo que le perturba. Siéntase en sincronía con la nueva era. Repita los mantras aprendidos, prepare un poco de té, bébalo despacio absorbiendo su aroma y durante el resto del día sea feliz.
Después de varios intentos fallidos se levantó con el pie derecho. Caminó con paso firme y se llenó de energía. Por fin habría conseguido la alineación añorada. Se sintió como un pavo real girando con sus plumas de colores desplegadas al sol (El señor sonreía al leer la metáfora del sol, pues a esa hora comenzaría una de las peores tormentas de nieve que tenía en sus registros).
*Reía a carcajadas al leer esta historia mientras el Ángel de la muerte repasaba en su lista el caso del helicóptero de un secretario de estado, que se desplomó a las 11:11 de la mañana cerca de la ciudad de México cayendo sobre otro de los elegidos para leer el instructivo.
La nieve pegaba con fuerza en su rostro, él se estremecía a causa del frío. Quiso regresar para  quedarse en casa, pero recordó con alegría que era el día esperado. A los pocos minutos sintió las orejas congeladas. Había olvidado protegerlas e intentaba calentarlas cubriéndolas con sus manos enguantadas, mas ya era inútil. La nariz le dolía, los dedos de sus pies comenzaban a entumirse, después de un rato no sintió las piernas; no podría seguir. Había salido de casa con optimismo -después de seguir con precisión las instrucciones- y olvidó prepararse como debía para enfrentar la tormenta anunciada.
Se encontraba a quince minutos de la estación y llevaba 45 minutos de camino. No podría seguir a pie, pero tampoco aparecía ningún taxi por ahí. Se acurrucó temblando debajo de un árbol, aun confiaba en que pronto entraría en sintonía con el cosmos; sin imaginar la inextricable encrucijada que lo había llevado hasta ahí.
*Ese sádico manipulador continuaba leyendo en voz alta al Ángel de la muerte el libro de cuentos con el que solía pasar sus ratos de ocio…
Ni el hombre en la nieve, el del helicóptero o el que murió aplastado por ese artefacto lograrían descifrar jamás los enigmas del mañana.

miércoles, 6 de abril de 2011

Aquellos días verdes

            Después de leer la nota en el periódico volvieron a mí mente aquellos días. Como en una película, observé claramente imágenes perdidas de mi niñez; sentía cada olor, cada sensación. Desde ese oscuro rincón brotaban sentimientos perdidos hacía ya tanto tiempo. Experimentaba la misma expectación y asombro que cuando todo ocurrió.     
Me hallaba dentro de la vieja biblioteca, la quietud invadía el lugar; el silencio era infinito. Hacía un par de horas que sus escasos visitantes se habían marchado. Sólo quedaba yo, leyendo en soledad. Repasé varias veces los estantes de misterio y fantasía en busca de una nueva aventura; sin embargo ya había leído y releído cada uno de los títulos de ficción.
Como me gusta este edificio, tiene cientos de años, parece atrapado en medio del ruido, la contaminación y la locura de la ciudad. Dicen que es del siglo XIX. ¿Habrá monjes penando de madrugada? Esa tarde, decepcionado  por la falta de nuevos títulos en las estanterías miraba el capitel de una columna, adornado con hojas y flores. Analizaba algo extraño, que acababa de descubrir. ¡Apesta! Parece brotar de las flores y expandirse. ¿Un  ectoplasma? ¿Humedad en el cemento? No, no es humedad. La columna sangra. Una mancha rojiza, que se torna por momentos a un amarillo verdoso y se extiende hacía los lados. Si, un ectoplasma, eso es. En El libro de los espíritus ese tipo de manifestaciones así son nombradas. ¡Creo que me estoy quedando dormido! Me recargué en la mesa, pero continué con la exploración del lugar. Vi en las alturas -plasmado en un vitral- un ángel que semejaba la figura de un hada y parecía observarme. ¿Estoy soñando? En ese momento un hombre se acercó a mí; la Biblioteca iba a cerrar. Regresaré mañana. Papá me espera afuera, frente al portal.      
¡Es inútil quedarme en casa con mis hermanos! A veces deseaba atraer la atención de mi madre, las pocas tardes que estaba conmigo, pero ella vivía pegada al móvil. Mis hermanos y yo teníamos E-Pod, Nintendo, lo más avanzado en la nueva tecnología. Incluso mis padres me permitían pasar varias horas frente a la computadora conectado a Internet o jugando Nintendo; después de terminar los deberes del colegio. Podría realizar todas esas actividades propias de un niño de mi edad, pero a mí eso no me agrada. Me gustaba soñar, imaginar, sin embargo, si no lo hacía en la Biblioteca tenía que hacerlo encerrado en el departamento. Los tiempos no estaban como para salir a la calle o jugar al aire libre. Aunque vivíamos en un conjunto residencial muy exclusivo -rodeado de vigilancia, una alberca, enormes jardines- y tenía once años, los condóminos habían acordado que los niños sólo podían utilizar las instalaciones acompañados de un adulto. Me sentía custodiado por una barda gigantesca; perdido entre avances tecnológicos y una ciudad violenta.
He oído a mis padres decir que soy un niño de temperamento apasionado y generoso. ¡No sé de qué hablan! pero los compañeros del colegio me dicen bichito raro; yo me siento atrapado en la modernidad. ¡Ya llegó el chofer! Me espera para llevarme a la biblioteca.
    Esa tarde… después de terminar los deberes del colegio, regresé como de costumbre al viejo edificio. Tomé un libro de cuentos infantiles: cuentos para niños más pequeños, pero que incluían todos esos elementos que me cautivaban. Me senté en el lugar de siempre y a través de la lectura comencé a recrear castillos medievales, bellos jardines; en donde me volvía un príncipe cortejando a una hermosa princesa de largos cabellos. Me sentí un chiquillo – aunque desde que cumplí los once me creía todo un hombre-. A los pocos minutos comencé a aburrirme con los cuentos para pequeños y continué con el análisis de la columna, que había dejado pendiente el día anterior. Me encontraba absorto en la transformación de la mancha; el ectoplasma, pero algo distrajo mi atención. Alguien me mira. ¡Es el ángel del vitral! Ese ángel iluminado de colores. ¡Ya no es un ángel! se transforma en un hada y me observa. Interpreta una melodía de otro mundo. ¡Me hipnotiza con su perfume!
Después de un rato el hada se acercó cautelosa. Movía suavemente sus alas transparentes. Al sentir un leve soplido en el rostro la espanté con la mano. Me impactó la presencia de ese ser diminuto con alas de mariposa, pelo tan negro como una noche en el bosque y ojos de mar. Lucía un vestido de gasa en colores translucidos, adornado con flores pequeñitas. Su rostro de nieve era de una belleza deslumbrante. Un rato revoloteó por mi cabeza, abanicándome con sus alas; después me susurró al oído una canción que me situaba en un bosque. Árboles, animales y seres de otra dimensión devorados por el fuego. Sentí compasión por la pobre hada, que entre cantos y en un idioma desconocido para mí, narraba su historia.

- ¿Pero tú qué haces aquí? ¿Quién eres?- Le pregunté, aunque me costaba creer lo que pasaba.     
- Soy un hada protectora de la naturaleza; del bosque.
- ¿Eres un hada protectora del bosque? ¿Y qué haces encerrada en una vieja
Biblioteca? Comprendí tu historia, pero hay algunos otros bosques que
Proteger.
- No lo sé, quizás tú me has llamado con tu imaginación y sensibilidad, y estoy atrapada, atrapada… Atrapada entre el cemento gris y la frialdad de este sitio-   decía el hada, nerviosa y emocionada. Mencionó que hace mucho no hablaba        con un niño inteligente y sensible, quien pudiera escucharla.
- Yo no soy la única perdida en este sitio, también está el gnomo, quien se         dedica tan solo a la añoranza de esos días verdes, de un verde intenso…        Míralo ahí viene. 
- No son los únicos atrapados… Yo y ese espíritu pegajoso que se extiende por             las columnas estamos en las mismas condiciones. Al igual que todos los          habitantes de la ciudad- pensé. El hada parecía escuchar mis pensamientos y          me consolaba con sus alas.
- Ahora que recuerdo, no fuiste tú, fue ese niño que vestía pantaloncillos             cortos  el que me trajo hasta acá.
En ese momento el gnomo que añoraba esos días verdes, de un verde   intenso,           nos interrumpió:
¿Quién es ese niño? ¿Qué haces con él? Vamonos, vamonos… los niños         apestan.
Tú apestas… enano verde, ¿Tú qué haces aquí? hueles a tierra-  le dije visiblemente molesto.  
-En este sitio un día hubo árboles y yo vivía en uno de ellos. Después que lo       derribaron me mudé a uno cercano, pero pronto todos desaparecieron y no     supe a donde ir, me quede encerrado en un cuento; en este cuento.

Volví a quedarme dormido con la cabeza reclinada en el libro. El bibliotecario se acercó; me indicó que había llegado la hora de cerrar. El gnomo se escondió entre los libros y el hada voló rápidamente hasta el vitral, a pesar de que aquel hombre no podía verla. ¡Nuevamente me dormí…! Hadas, fantasmas y duendes. ¡Por dios! esto supera todos los avances tecnológicos.
Intenté contar a mis padres las aventuras de esa tarde y no quisieron escucharme. Decidí no volver a tocar el tema. ¡Si se enteran de lo que pasó pensarán que estoy loco! ¡No me dejarían volver a la biblioteca!    
Al otro día metí a la biblioteca, escondidos entre mis ropas, un poco de miel y leche para Gnomo. Frutas dulces, pétalos de rosa y tomillo para Xinauh, el hada. Ese fue un festín para los dos y me gané rápidamente su confianza. Me contaban historias de sus hermanos del bosque, de los seres de agua y fuego. Sobre la lucha entre el bien y el mal, la dualidad. Habían encontrado al fin, una forma de vivir en armonía, habían aprendido; y de pronto los humanos destruyeron su hábitat. No todos esos seres eran buenos, a la mayoría no les agradaban los hombres; aunque el grupo de hadas al que Xinahu pertenecía se sentía atraído por los niños.
Mi pequeña amiga me confió que no podría salir de la biblioteca, porque afuera el ruido y la contaminación la matarían de inmediato y no conocía las palabras mágicas para entrar en un cuento. No estaba segura de sobrevivir por mucho  tiempo dentro de la antigua construcción, pues su alimento vital era la naturaleza. Pensaba que había logrado sobrevivir gracias a mí y a ese otro niño, quien pudo verla y comprender su historia. Casi toda su magia se perdió en ese lugar, donde los diminutos rayos de sol que se asomaban a través de los vitrales no eran suficientes para alegrarla; y un hada -además de la naturaleza- necesitaba un poco de alegría para subsistir. Me daba las gracias por regalarle unos días más de existencia y me obsequió unas flores de pensamiento (amuleto para el amor) y un trébol de cuatro hojas; que Gnomo logró robar de un libro.
Ectoplasma al notar que nos reuníamos diariamente para conversar, se acercó a nosotros arrastrándose por las paredes. Me tocó con esa sustancia pegajosa de la cual estaba hecho. Por un momento sentí repugnancia y miedo, pero comprendí que él estaba más temeroso. Todos los días llegaba hasta mí, subía por mi brazo, recorría mi rostro y parecía volverse más ágil cuando notaba que yo no le temía. Una tarde intentó materializarse para relatar su historia. No lo logró, sin embargo, Gnomo y Xinahu pudieron comunicarse con él. Había sido sacerdote católico; fue torturado y fusilado frente al portal de ese edificio (parte de un convento) a causa de sus ideas revolucionarias. Su orgullo y dignidad quedaron tan dañados que sólo podría ser una mancha que vivía entre los adornos del capitel de una columna. Ni siquiera contaba con el privilegio de otros espíritus, de andar penando por las calles de la ciudad; y todo por pensar diferente. Sería eternamente una mancha de sangre, esa sustancia pegajosa con la capacidad de cambiar de color y embarrarse a capricho entre cemento, estantes y libros.
Después de varios meses el bibliotecario se percató de que algo raro ocurría;  conversaba agitadamente con Gnomo, cuando advertí que me miraba con curiosidad. Discutíamos sobre su rechazo hacía los niños y el porqué de su carácter tan amargado. Aquel hombre pensó que hablaba solo. A pesar de que fingí que jugaba, esa noche en cuanto vio a mi padre esperando en el portal se acercó a él y le comentó lo que había observado. Mis padres, alarmados con la noticia, me llevaron con un especialista. Él me hizo olvidarme de todo lo vivido en esos días. Me convenció de que todo era una broma, de esas que solía jugarles la imaginación a los niños solitarios. Me sumergí en la tecnología, crecí. Abandoné en el rincón más escondido de mi mente a Gnomo, Xinauh y Ectoplasma. Me torné igual a todos los demás adolescentes.

Mientras tanto las cosas no marchaban bien en la biblioteca: el hada perdía las esperanzas de continuar con vida; el mal humor de Gnomo se exacerbaba y Ectoplasma fue testigo de una conversación en donde mencionaban que se iba a remodelar el edificio. Cubrirían las paredes y columnas con pintura y realizarían algunos otros cambios con el fin de convertirlo en una plaza comercial. Para él arrastrarse entre columnas y vitrales formando parte del decorado era un regalo en su mísera existencia como ectoplasma. Se quedaría sin ese sitio gris y húmedo rodeado de libros; en donde había permanecido desde el momento de su muerte. Una noche se convirtió en una mancha ardiente, una flama cargada de resentimiento, de odio; que rápidamente se extendió por los estantes y acabó con todos los libros y la construcción. No se pudo detener el fuego y construyeron un moderno edificio, que albergaría la plaza. Nadie sabrá jamás lo sucedido con el hada y el gnomo.

Al leer sobre el incendio imaginé decenas de historias para llenar los huecos que dejaron las pesquisas del incidente y quizás me acerqué a la verdad. Visité algo inquieto a mis padres, ellos parecían haber olvidado todo lo ocurrido.
Hoy me decidí a explorar el baúl donde mi madre guarda viejos recuerdos. Encontré mi cuento favorito de la infancia y al hojearlo cayeron de entre sus hojas el trébol y la flor de pensamiento. Ese niño quien un día perdió la ilusión los tomó entre sus manos, albergando en el fondo de su corazón, la esperanza de que sus amigos hubiesen huido para refugiarse finalmente en algún bosque cercano.
No sé realmente lo que pasó ni la suerte del otro niño, quien vestía pantaloncillos cortos y también fue testigo de hechos fantásticos; supongo que como yo, fue llevado con un especialista y se olvidó de todo. Algunas veces, al igual que Gnomo, añoro desde lo más profundo de mi alma esos días verdes; de un verde intenso. 




martes, 15 de febrero de 2011

Trampa al corazón

Como gotas de lluvia entre mis labios
se impregna la saliva de tu boca.
Como un pétalo de rosa en primavera,
tu lengua me acaricia caprichosa.
Mis dientes se rinden extasiados
abriéndole paso a esa traviesa;
quien recorre, sin mas, cada rincón.
Cómplices en un juego clandestino,
mis labios, mi lengua y la saliva
le ponen una trampa al corazón.

Utopía

Tragicomedia de otoño, futilidad,
me arrastraste contigo cual el viento.
Cambiaste la materia de una nube,
transformabas el oro en trocitos de tierra.
Alquimista perverso, cabeza de león,
monstruo que escupe fuego en las orquídeas.
Ayer no fue una orquídea, tampoco margaritas,
acabaste sin más con Utopía, intenté retenerla,
se convirtió en arena entre mis manos.
Busco un pedacito de nube, polvo de oro,
aquel caracol rosa; un salvoconducto
que me saque de esta ciudad en ruinas
y haga que la espiral vuelva a girar.